El juego fue avanzando pero las reglas aún no se establecían. ¿Cómo saber hasta donde podía llegar contigo? ¿Cuáles serían los límites?
Tú me hablabas de tus fantasías con desenvoltura, haciendo planes para cuando yo fuera allá para realizar mi servicio social. Y yo me callaba todo. Quería poder hablar como tú, decir todo lo que pensaba, describirte cada uno de los momentos de mis sueños, pero una vez más tenía miedo de verte correr. Además, quería escucharte. Me gustaba la forma en que te expresabas de mí.
Pero insistías en que esto no era amor, era una simple atracción, algo que no debía ir más lejos, que no podía hacerlo. Yo pensaba distinto pues jamás había sentido lo que me despertabas, mas no te contradije, te dejé creer que estaba de acuerdo en todo, fingí contigo que esto sólo era un juego, que no involucraba sentimientos, que no había nada que temer.
Comenzabas a soñar, a ir más lejos. Planeamos cuando iría a tu ciudad. Yo quería que sucediera este año, quería verte ya, conocerte, demostrarte tu error: tú podías ser amada. Pero tú no querías, preferías que pasaran los meses, tenías cosas que arreglar. Volví a acceder, ya me estaba acostumbrando a hacerlo.
Luego vino la cuestión de si diríamos algo sobre esto y llegamos a la conclusión de que lo mejor sería que esto fuera sólo de nosotras dos, que nuestras amigas no se enteraran de nada, cabía la posibilidad de que no se lo tomaran bien, era mejor esperar.
Entonces pasó algo maravilloso: llegó mi cumpleaños y con él tres regalos. Primero, antes que nadie, me felicitaste con un mensaje que me cautivó, donde con sencillas palabras me deseabas un gran día, a pesar de que era de madrugada. Esa noche dormí con una sonrisa en la cara.
Al día siguiente estaba confundida. Platiqué con mis mejores amigas y les expuse la situación. Creí que me criticarían, que dirían que estaba loca, pero me apoyaron, me dijeron que siguiera adelante, y decidí hacerlo.
Esa tarde me conecté esperando verte y mi deseo se cumplió, mientras platicábamos de unas cosas y otras, sucedió algo extraño: te quedaste callada y de pronto mi teléfono sonó. Contesté y escuché una vocecita nerviosa, risueña. Al principio no entendí, pero de pronto todo fue claro: estaba hablando por teléfono contigo, estabas ahí. Me quedé helada, incapaz de decir algo coherente, y pronto se acabó el tiempo y colgaste. Corrí a la computadora aún con tu voz de campanitas resonando en mi cabeza y en mi corazón. Quería atesorarla por siempre.
El tercer regalo me lo diste en tu blog, donde pusiste un pequeño relato que me desconcertó enormemente. Tenía miedo, no entendí el final y creí que me decías adiós, que era tu manera de marcar terreno, de indicarme que no me ilusionara.
Una vez más, me equivoqué.
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